Helena


Hoy fui a visitar a Santiago.
En el mismo horario de visitas, una vez más.
Como cada viernes por la tarde, me senté en una silla, incomoda y gastada, al otro lado del grueso vidrio blindado estaba el. Escondiendo sus ojos de la mirada que busca explicaciones y desde hace muchos años el esquiva.
Más delgado y con más cicatrices, su sonrisa esta vacía y sus manos tiemblan. Unos minutos eternos y siniestros. Tomo aire para que no se me note la pena, pero igual, la voz me sale quebrada, igual que el primer día, igual que siempre.
¿Por qué? ¿Por qué la mataste? ¿Qué sentido tuvo? ¿Qué te obligo a hacerlo?
Antes de preguntar, sé que no va contestarme, pero las palabras se pelean y bruscamente salen de mi boca. Otra vez pierdo los nervios, y grito, grito fuerte, pero el ya no escucha… él nunca escucha. Golpeo el grueso vidrio blindado antes de que los guardias se lo lleven. No he podido contenerme, por enésima vez, he llorado. Y él, como siempre, reacciona con su frio silencio, indiferente, como si lo hubiese olvidado todo, como si en su mente no quedara ni el menor recuerdo de lo que fue en otro tiempo, quizás hace mucho tiempo ya. Y salgo sin retocarme siquiera, ¿Para qué? Todos menos el están acostumbrados a verme así.
Me pregunto si algún día me reconocerá tras ese grueso vidrio blindado. Si los ojos de Santiago volverán a tener vida, si volverá a llamarme mamá. Me pregunto si será consciente de cómo acabo conmigo el día, que, sin ningún motivo, acabo con la vida de su hermana y luego siguió en lo suyo sin más. Y cada día que pasa solo deseo que nunca lo pueda recordar. Que su mente enferma le deje seguir durmiendo en la triste soledad y frialdad de su celda.

2 comentarios:

Soledad Arrieta dijo...

Zeroz, cada vez que te leo me alegro más de haber encontrado tus letras!
Cariños!

Sandra dijo...

Final inesperado! solo a ti c t ocurre!

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