El día en el que me volví ciego


Recuerdo una luz brillante que se acercaba a velocidad hacia mí. Estaba tan atento a cual sería el próximo color por venir que no me di cuenta que mis pupilas ardían. Mis ojos empezaron a lagrimear, pero no podía cerrarlos, no podía quitar la mirada hacia esa luz que consumía mis dilatados ojos. De pronto todo empezó a oscurecer, todo empezó a volverse gris, luego negro. Y así se quedo. Todo negro.

Todo a mi alrededor tenía un sabor diferente, podía escuchar cosas que no había escuchado antes, mis oídos se convirtieron en mi guía. El toque de mis manos era más sensible y podía imaginar que tocaba con solo dibujar cada uno de sus detalles en mi mente. Empecé así, a entender más a las personas. Porque ya mis ojos no juzgaban lo que veían, y me dedique a escuchar. Solo escuchar.

El día en el que me volví ciego cambio mi vida por completo. Me volví una mejor persona, un mejor amigo, un mejor hijo, un mejor hermano, un mejor enamorado. No podía esperar el día próximo para volver a tenerte cerca. Sus palabras sonabas como música a mis oídos. No podía verla, pero podía sentirla, podía tocarla, podía escucharla.

A veces me entristece no poder ver el amanecer de un nuevo día, o diferenciar el día de la noche. Para mí todos los días eran de noche, cuando duermo, cuando despierto, cuando desayuno, cuando almuerzo, cuando ceno. Ya perdí noción del tiempo. Todo siempre está oscuro y el minuto siguiente es una réplica del minuto anterior.


- Te ves hermosa, le dije.
- Gracias…
- Hueles a fresa, y tu cabello, lo siento… ¿está más corto? O ¿Lo tienes recogido?
- Esta más corto, un cambio de look no le hace daño a nadie.
- Lo sé, igual te ves hermosa, repetí.

Fue una conversación propia para la ocasión, no era la primera vez que salimos juntos. Ella me toma del brazo y a paso lento me dejo llevar con la dirección que ella me da. Ella me cuida, me quiere, me acepta. Yo siento que aunque no me dice nada, sus manos tiemblan de vergüenza. Sé que las personas que no entienden del amor la juzgan. No entienden. Nadie entiende. Todos ven pero nadie entiende. Han dejado de ver con el corazón y me miran como un discapacitado. Como una carga para ella. Yo los entiendo, yo los perdono, yo los escucho. Y sonrío.

El día en el que me volví ciego para el mundo, abrió los ojos de mi corazón. Aprendí que lo más hermoso de la vida no era lo que podía ver. Sino lo que podía escuchar y sentir.

¿Qué haces tú?


Hoy volví a repetir la misma rutina diaria.

Ordenando mentalmente mi día y las cosas por hacer, apareces tu tan repentinamente tomando toda mi atención. Apareciste en forma de recuerdos y desaparecías, para volver a aparecen en una situación distinta, podía describir cada uno de tus gestos. Tu manera de sonreír cuando estas feliz, tu sonrisa que aparenta estar feliz, tus brillosos ojos al estar emocionada y también cuando estas a punto de llorar. Intacta, me miras y sonríes a mis frases incompletas y a mi pensamiento poético que a veces te abruma, te cansa, te confunde, te entretiene.

Mi teléfono vuelve a timbrar como de costumbre, la alarma matutina que me regresa al mundo en el que estoy, el mundo que me exige, el mundo que me acosa, el mundo que me ahoga. La oscura mañana de un regular miércoles es invierno me hace tiritar de frio. Siento como el calor de mi cuerpo se resiste al frio y tiembla al intentar contrarrestarlo. Mis fríos dedos levantan la sabana que me cubre. Voy directo a la ducha con los ojos cerrados. Mis movimientos son casi por memoria, sé en qué lugar y a qué distancia esta la próxima pared, la puerta, listo para patear alguna zapatilla que obstaculice mi camino. El agua de la ducha moja mi tembloroso cuerpo.

Cierro los ojos mientras esas cálidas gotas de agua me relajan y me abrigan. Pero vuelves a aparecer tú, y parece como si trataras de decirme algo, tus ojos están neutralmente entumecidos sin expresión alguna, no estás triste, ni feliz, ni enojada… Solo mueves los labios pronunciando frases que no lo logro escuchar, no logro entender, mi lectura de gestos es tan escasa. La impotencia de esta situación me obliga a abrir los ojos de repente, mientras algo de shampoo enjuaga mi cabello. Los primeros rayos del día se filtran por la ventana del baño que alertan la llegada de las seis de la mañana. Apresuro mi baño enjuagando todo rastro de jabón en mi cuerpo. Tomo la toalla y de regreso a mi habitación.

Un jean, polo blanco manga corta, la camisa azul que planché anoche, y mi casaca, de la cual percibo un olor peculiar, huele como a fresa, como a dulce, como a ti. Recordé el momento exacto en el cual como todo un caballero me desabrigué en pleno invierno para poner mi casaca en tus hombros y abrigarte. Recuerdo como el frio congelaba hasta mis huesos, pero mi instinto protector podía más que no, más que mis ganas, más que mis necesidades humanas de sobrevivir y evitar el frio. Y sonreías mostrando esos pequeños huequitos que marcan tus pequeños cachetes. Te abracé contra mi pecho contrarrestando así, hasta el más mínimo frio que podría haberse colado por entre las telas de mi casaca. Era ese mismo olor. Como a fresas, como a dulce, como a ti.

Arreglo mi cabello frente al espejo, recuerdo que hoy tengo una reunión importante. Tomo un último suspiro y voy rumbo a la calle. Las calles están algo húmedas por la llovizna de anoche, algunas personas a paso acelerado tratan de llegar lo más rápido al paradero que los llevara a su destino final. Tomo la precaución de llevarme algo al estomago así que mi primera parada es la tienda, le pido lo de siempre, un refresco sabor a pera y un chocolate.

Camino al paradero a la velocidad de las personas, como una carrera en la cual el primero ganara el privilegio de subir a estas combis repletas de personas incomodas, lugares en los que se mezclan olores y conversaciones. Decido probar algo de mi chocolate mientras espero a la combi. El sabor me recuerda a tus labios, tan cremosos, tan suaves, pequeños y dulces. Un manjar matutino que me deja sonriendo como loco, como imaginándome tus labios envueltos en este papel aluminio y a mi disposición las 24 horas del día. Es cómico, pero a la vez triste. Es imposible, pero increíble.

Empiezo el día pensando en ti, y se, que acabare el día haciendo lo mismo.

¿Qué haces tú?

Preguntas sin respuesta


Tengo tantas cosas que preguntar...
Que no sé por dónde empezar...
y no quiero comenzar, por que luego no podré terminar...

¿Por qué no simplemente me mientes?
¿Por qué no me mentiste desde el comienzo?
¿Por qué esperamos hasta este momento?

Cuando ya no existen preguntas que me puedan dar alguna esperanza de estar juntos... porque no simplemente fuiste como las demás y mentiste.

¿Por qué no jugaste conmigo?
¿Por qué me miras así?
¿Por qué esperas que yo haga todas las preguntas?

Tiempo atrás, solo sería uno más en tu vida y tú en la mía...

¿Por qué esperaste que tú te vuelvas mi vida?
¿Por qué lo haces tan difícil?
¿Por qué sé que si te pierdo me arrepentiré?

Y se, que si sigo así tendré mi corazón en la garganta...

Puedo predecir que tu respuesta será la menos indicada me contestaras reactiva, defensiva, sin ganas de responder. Y lo mas fácil para ti será decir que lo sientes. Que deje de hablarte que ni siquiera intente entenderte.

O tal vez te culparas de todo, desarmando completamente mis preguntas, pero yo seguiré aquí, insistente tratando de buscar alguna respuesta.

Pero eso no es lo que quiero! No quiero una simple respuesta que esquive mis preguntas.
Porque ni una de esas respuestas te traerán a mi lado. ¡Nada te traerá a mi lado!

El silencio tampoco es una respuesta...

¿Debo aparentar que todo está bien?
¿Que sigo esperanzado en estar juntos?

Pero si aparento te estaría mintiendo y no quiero mentirte...
Tampoco quiero perderte, como a todo lo que más he querido en esta vida, siempre lo he perdido...
Y eso me frustra... me hace sentir culpable... pero no puedo sentirme culpable de lo que mas alegrías me ha dado.

No puedo estudiar, no puedo pensar en otra cosa que no seas tú... y eso me perjudica. Porque si no lo hago le estaría fallando a muchas personas, me estaría fallando a mi mismo...

Y los segundos se vuelven minutos, y las horas se vuelven días... y los días en semanas... y tus respuestas son las mismas.... y las semanas se convierten en una lagrima que moja mi cuaderno mientras intento estudiar...

Escucho a diario, deja de soñar, sé más realista, busca lo que te conviene, deja de perseguir tus sueños, lo imposible a veces no deja de ser imposible, no te aferres a una realidad que no existe, no seas tonto. Como puedo dejar de soñar, si es lo único que me mantiene vivo...
En mi pecho ya no siento latidos que golpean con desesperación, ya no sé si aun sigo vivo, porque mi corazón lo tienes tú.

Y tu respuesta sigue siendo la misma… Una mirada que perfora mi alma sin darme explicación alguna.

Magnifica Irreal III


Magnifica irreal él la llamaba…
Aun recuerda la primera vez y como la miraba.
No estaba muy lejos… a unos pasos muy cerca de la barra,
Se veía perdida, como si a alguien ella esperaba.
Pudo reconocerla desde esa primera vez.

Quedo hipnotizado mirándola tratando de recordar si la había visto antes.
Se atrevió a acercarse como empujado por una fuerza que a él era extraña.

-Disculpa, no sé si tu… tu, yo… ¿nos conocemos?

Ella sonreía y con sus ojitos entre abiertos lo miraba, como atenta a cuál sería su siguiente frase mal pronunciada.
Se veía tan hermosa como en sus sueños, como en su mente, como en su corazón.
Sus manos demostraban clara tranquilidad cuando sus manos el tocaba.

Quizá sea la última vez que vuelva a verla, el decía.
Tengo que entregarle este recuerdo que llevo noche y día.
Así no me olvidara señorita magnifica.

Le entrega un sobre con unas letras escritas a mano con una frase conocida…

Eres real, sin dejar de ser magnifica.

Querida noche


Querida noche que al ocultarse el sol, a diario, me acompaña.

Como hoy, como anoche, como todos los días que estuvimos enfrentando nuestra soledad. Fuiste la única que supo entender lo que mi corazón guardaba. Creíste en mi desde el primer día en el que nos conocimos, y aunque no te conocía, en muchas cosas coincidimos. Tu también estabas sola, desprotegida, triste y solitaria. Prometiste no volver a enamorarte, no volver a enamorarte de esos artistas que solo utilizaron tu belleza como inspiración, y te dejaron sola, desgarrando tu corazón, sin darte alguna explicación.

La que me escucha, la que me abraza, la que me cuida. Eres tu mi querida noche.
No te confundas.
No dejaras de ser mi eterna compañera. Mi gran amor que a la distancia observo con detención. Escribiéndote a diario como siempre, pero no en hojas de papel, en hojas de mi corazón.

Deja de llorar mí querida noche. Tus lágrimas mojan el papel de esta carta.
Quizá en esta vida no podre estar contigo. Pero sabes que siempre estamos cerca. Y seguiré siendo el poeta que te mira, te sonríe, te hablo…
No dejare de amarte mi eterna compañera.

Con cariño.

Tú poeta.

El señor cuatro letras.


Caminaba solitario en una noche en la cual solo las estrellas iluminaban sus pasos. Se sentía solo y sin ganas de seguir. Culpaba a su suerte o a la injusta sociedad de la situación en la que se encontraba. Caminaba, cada vez, a paso más acelerado, luego corría, corría velozmente como intentando escapar de algo que quizá no lo perseguía, pero el continuaba. Escapaba de lo que él llamaba problemas y de los cuales había aprendido a escapar cobardemente.

Cuando las luces de los postes ya no alimentaban a la sombra que lo acompañaba, tuvo miedo, y busco compañía. Muchas estrellas se ofrecieron airosamente a hacerle compañía, lo cual el accedió de inmediato. Y no eran las estrellas culpables de su soledad o de su temporal compañía. El era un lobo solitario que aprendió a utilizarlas a su antojo, a sus ganas, a olvidar su eterna soledad con esos rayos de compañía.

El señor había olvidado sus responsabilidades, sus deberes, sus obligaciones. Olvido que era un señor, y comenzo a vivir una vida juvenil, una vida bohemia llena de impulsos e irresponsable. Ese señor había perdido el respeto de sus seres queridos, la seriedad, la capa de héroe que solía tener. El señor olvido que alguna vez tuvo una esposa grandiosa, una hijita que lo amaba y lo esperaba cada noche que llegara, o a la distancia alguna llamada, un pequeño hijo que esperaba más, esperaba convertirse en su retrato. El señor olvido que tuvo una familia.

El señor que algún día se llamo PAPA, ahora era el señor de las cuatro letras.

La cita


Ella esperaba junto a su consciencia con la seguridad de que el no llegaría. Se resigno a frotarse las manos para olvidarse del frio, y a buscar alguna excusa para quedarse a esperar por cinco minutos más, por si acaso, aun sabiendo que no había nada que esperar.

No era la primera vez que hacia esto. No sería la última. Pero a veces luchamos por romper una clara verdad, y contradecir la seguridad y poder darnos con la sorpresa de reconocer: “ME EQUIVOQUE”. Pero esos cinco minutos se vuelves diez y los diez, veinte y los veinte en lágrimas.

Lagrimas ante la incertidumbre de no saber que se hace cuando te toca esperar.


***


Estaba muy nervioso.
Miraba el reloj constantemente, me abría paso entre la multitud de persona que van en sentido contrario a mi destino. Ya no existía excusa alguna. Habían pasado más de veinte minutos de retraso en el día más importante de mi vida. Podía sentir como el anillo quemaba dentro de mi bolsillo.

Tuve que poner toda la ciudad al revés para poder encontrarlo, y no había sido capaz de encontrar el anillo perfecto hasta este último momento. Sé que podría compensar mi torpeza.

La amo con locura.
Con desesperación.
Subo las escaleras apresurado a su encuentro, y la veo….

La veo sentada a la distancia…

Querido poeta


Aunque esta carta parezca un reclamo créame no lo es. Desde hace ya algún tiempo no he vuelto a saber de usted. No sé si ya encontró mi reemplazo quizá deje de ser una buena compañía y se canso de mí. A pesar de todo, yo sigo a tu lado mi querido poeta. Te sigo acompañando por horas, por semanas y a todo lugar que vas.
Es muy triste saber que nuestra relación no era imprescindible para que usted siga escribiendo historias tan bonitas. Sonrío al pensar que quizá, estoy reencarnada en tu nueva razón para soñar, para amar, para creer, para querer, para sentir, para escribir.

Recordare siempre todos los momentos en los que estuvimos juntos y no existía nadie más que los dos, tú me mirabas, me sonreías, a veces llorabas y me hablabas. En cambio, yo, te cuidaba, te acompañaba y te abrazaba.

El injusto tiempo y las pocas probabilidades de que te quedes conmigo para siempre son casi nulos, he aprendido a resignarme. No es la primera vez que me sucede. Siempre me utilizan de la misma manera. Me conocen como inspiración y luego me dejan de lado sin motivo, sin razón.

A esto, le agrego el hecho de que usted, es un ser humano, lo cual lo hace vulnerable a los sentimientos. No tengo nada que reclamarle mi querido poeta. Sé que aunque ya no me miras como antes, siempre escribes en mi compañía, te puedo ver a lo lejos desde tu ventana como creas párrafos con tu única herramienta conocida. Tu imaginación.

Tienes que saber que nunca dejare de ser tu eterna compañera mi querido poeta.

ATTE

La noche.