¿Qué haces tú?


Hoy volví a repetir la misma rutina diaria.

Ordenando mentalmente mi día y las cosas por hacer, apareces tu tan repentinamente tomando toda mi atención. Apareciste en forma de recuerdos y desaparecías, para volver a aparecen en una situación distinta, podía describir cada uno de tus gestos. Tu manera de sonreír cuando estas feliz, tu sonrisa que aparenta estar feliz, tus brillosos ojos al estar emocionada y también cuando estas a punto de llorar. Intacta, me miras y sonríes a mis frases incompletas y a mi pensamiento poético que a veces te abruma, te cansa, te confunde, te entretiene.

Mi teléfono vuelve a timbrar como de costumbre, la alarma matutina que me regresa al mundo en el que estoy, el mundo que me exige, el mundo que me acosa, el mundo que me ahoga. La oscura mañana de un regular miércoles es invierno me hace tiritar de frio. Siento como el calor de mi cuerpo se resiste al frio y tiembla al intentar contrarrestarlo. Mis fríos dedos levantan la sabana que me cubre. Voy directo a la ducha con los ojos cerrados. Mis movimientos son casi por memoria, sé en qué lugar y a qué distancia esta la próxima pared, la puerta, listo para patear alguna zapatilla que obstaculice mi camino. El agua de la ducha moja mi tembloroso cuerpo.

Cierro los ojos mientras esas cálidas gotas de agua me relajan y me abrigan. Pero vuelves a aparecer tú, y parece como si trataras de decirme algo, tus ojos están neutralmente entumecidos sin expresión alguna, no estás triste, ni feliz, ni enojada… Solo mueves los labios pronunciando frases que no lo logro escuchar, no logro entender, mi lectura de gestos es tan escasa. La impotencia de esta situación me obliga a abrir los ojos de repente, mientras algo de shampoo enjuaga mi cabello. Los primeros rayos del día se filtran por la ventana del baño que alertan la llegada de las seis de la mañana. Apresuro mi baño enjuagando todo rastro de jabón en mi cuerpo. Tomo la toalla y de regreso a mi habitación.

Un jean, polo blanco manga corta, la camisa azul que planché anoche, y mi casaca, de la cual percibo un olor peculiar, huele como a fresa, como a dulce, como a ti. Recordé el momento exacto en el cual como todo un caballero me desabrigué en pleno invierno para poner mi casaca en tus hombros y abrigarte. Recuerdo como el frio congelaba hasta mis huesos, pero mi instinto protector podía más que no, más que mis ganas, más que mis necesidades humanas de sobrevivir y evitar el frio. Y sonreías mostrando esos pequeños huequitos que marcan tus pequeños cachetes. Te abracé contra mi pecho contrarrestando así, hasta el más mínimo frio que podría haberse colado por entre las telas de mi casaca. Era ese mismo olor. Como a fresas, como a dulce, como a ti.

Arreglo mi cabello frente al espejo, recuerdo que hoy tengo una reunión importante. Tomo un último suspiro y voy rumbo a la calle. Las calles están algo húmedas por la llovizna de anoche, algunas personas a paso acelerado tratan de llegar lo más rápido al paradero que los llevara a su destino final. Tomo la precaución de llevarme algo al estomago así que mi primera parada es la tienda, le pido lo de siempre, un refresco sabor a pera y un chocolate.

Camino al paradero a la velocidad de las personas, como una carrera en la cual el primero ganara el privilegio de subir a estas combis repletas de personas incomodas, lugares en los que se mezclan olores y conversaciones. Decido probar algo de mi chocolate mientras espero a la combi. El sabor me recuerda a tus labios, tan cremosos, tan suaves, pequeños y dulces. Un manjar matutino que me deja sonriendo como loco, como imaginándome tus labios envueltos en este papel aluminio y a mi disposición las 24 horas del día. Es cómico, pero a la vez triste. Es imposible, pero increíble.

Empiezo el día pensando en ti, y se, que acabare el día haciendo lo mismo.

¿Qué haces tú?

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