El señor cuatro letras.


Caminaba solitario en una noche en la cual solo las estrellas iluminaban sus pasos. Se sentía solo y sin ganas de seguir. Culpaba a su suerte o a la injusta sociedad de la situación en la que se encontraba. Caminaba, cada vez, a paso más acelerado, luego corría, corría velozmente como intentando escapar de algo que quizá no lo perseguía, pero el continuaba. Escapaba de lo que él llamaba problemas y de los cuales había aprendido a escapar cobardemente.

Cuando las luces de los postes ya no alimentaban a la sombra que lo acompañaba, tuvo miedo, y busco compañía. Muchas estrellas se ofrecieron airosamente a hacerle compañía, lo cual el accedió de inmediato. Y no eran las estrellas culpables de su soledad o de su temporal compañía. El era un lobo solitario que aprendió a utilizarlas a su antojo, a sus ganas, a olvidar su eterna soledad con esos rayos de compañía.

El señor había olvidado sus responsabilidades, sus deberes, sus obligaciones. Olvido que era un señor, y comenzo a vivir una vida juvenil, una vida bohemia llena de impulsos e irresponsable. Ese señor había perdido el respeto de sus seres queridos, la seriedad, la capa de héroe que solía tener. El señor olvido que alguna vez tuvo una esposa grandiosa, una hijita que lo amaba y lo esperaba cada noche que llegara, o a la distancia alguna llamada, un pequeño hijo que esperaba más, esperaba convertirse en su retrato. El señor olvido que tuvo una familia.

El señor que algún día se llamo PAPA, ahora era el señor de las cuatro letras.

0 comentarios:

Publicar un comentario