En la calle

Esta noche dormiré en la calle, me recostaré en la silla de aquel parque muy cerca de ese lugar que me trae muy buenos recuerdos y me abrigaré con ellos, me envolveré en la noche pensando en nada, concentrando todo centímetro de mí para evitar las brisas congeladoras que arremeten con fuerza sobre mi alma.

Mi alma, lo único que me pertenece, lo único de lo que soy dueño, aunque siento que no debo menospreciar mis ideas, mis creaciones, mis amigos imaginarios y mis sueños. Mi cuerpo convulsiona intentando contrarrestar el frío que adormece los músculos del cuerpo y me somete a resistir una insistente presión sobre mis costillas que me van quitando la respiración, un dolor en el abdomen insoportable que se apodera de mí, que me vence en esta triste y solitaria noche de invierno.

Ya no siento mis manos, intento calentarlas con mi profundo aliento, las froto contra el piso y nada, están adormecidas, adoloridas, las siento como dos pedazos de carne congeladas. Junto los arrugados periódicos que guardo en mi bolsillo derecho y me los introduzco en la ropa como calentadores internos, guardo algunos para prenderlos con el mechero que escondo en mi zapatilla rota que descubre los dedos de mis pies cual sandalia mal hecha. Y sonrío por mi deplorable situación. Estoy alegre de haber sobrevivido el día y esperanzado en sobrevivir la noche. Enciendo con el mechero los papeles simulando una fogata pero el viento corre muy fuerte y hace volar mi papel, vuela libre, como las hojas de los arboles que viajan a su lado. Y vuelvo a sonreír.

Una gota cae sobe mi rostro, la inminente lluvia borra la sonrisa, aun así decido no hacer nada, quedarme quieto como esperando crear un aura protectora que me proteja de la lluvia y el frío, pero al parecer, estoy fracasando en mi intento por que la lluvia se vuelve copos de nieve que convierten el oscuro parque a un estadio de color vainilla que me detengo a observar e imaginar niños jugando con la nieve y creando muñecos gordos con sus respectivas narices de zanahoria.

Ya casi no siento el frío, el vapor que emite mi aliento ya se va desvaneciendo, mi barba, mis cejas, mis pestañas, están cubiertas por finas chispitas de nieve que me convierten en un muñeco de nieve más. Sigo inmóvil, mirando el cielo que sigue llorando nieve, que sigue acompañándome en esta fría noche de invierno, que me cuida, que me protege, que me acompaña. Mi último suspiro se pierde con el aullido de un perro viejo. Y cierro los ojos, sonrío, y muero.

4 comentarios:

Pilar dijo...

Mucho más triste que la niña de las cerillas, vente para acá que es verano y nos sobra calor para acunarte.

Liz Pasco dijo...

Triste :(
Transmitiste mucha tristeza con el post...
y el frio espantoso de Lima tambien u_u

Sergio dijo...

Triste y siniestro pensar en la indigencia y en la forma en que puede morir alguien y de ese modo. Pero necesario también recordarlo para no olvidarte de esos que son personas como tú y como yo. Bien narrado.

ASTEROIDE B 612 dijo...

Conciso, sincero, mantienes la atención y las ganas de seguir leyendo.
No sé si volveré a encontrar tu blog, pero me alegro de haberlo hecho.
Enhorabuena.

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